Una respiración profunda,
un aire- amor que empuja,
hamaca en vaivén hacia un recuerdo.
La eternidad asible retoza por la casa
en complicidades tiernas de viejos corazones
que viven entre cantos y bromas,
entrecejos fruncidos,
labios asombrados, palabras picarescas,
y un todo compartido
de mates cebados sin apuro.
En aparición triunfal,
tras la siesta llegan
tambaleantes latas coloridas
donde las manos pescan
galletas crujientes,
aromáticas y desérticas.
Y hay un juego antiguo
del Cantábrico,
donde bailan las cartas españolas
mientras,
sobre la mesa de las pampas,
golpean los puños entusiasmados,
haciendo bailar porotos,
cuentas simples
de tantos ganados o perdidos.
de tantos ganados o perdidos.
En el nido hay poco
pero justo y sencillo.
Muebles grandes y antiguos,
espacios pequeños, reducidos.
Ella muestra tesoros
ordenados y limpios.
Perfumados objetos
de encajes y de sedas
que libera uno a uno
nombrando procedencias.
Él organiza una gira
por el pequeño país
de cardenales airosos
y canarios cantores.
Hay fértiles macetas
olorosas de albahaca,
perejiles rizados,
y nardos , y azucenas
como salvados náufragos
bajo las luces y las sombras ciudadanas,
humedades gloriosas,
nostalgias felices del campo.
Y así transitan
en el temblor de la unidad indestructible,
la justeza de vida,
el tú infinito.
el tú infinito.
Esa alegría- amor
del amor-risa,
un aire fresco,
una canción bien entonada
y cantada con brío.
Olvidos pretenciosos,
repetidos perdones,
los pesares ausentes,
escondidos.
Él le desprende el delantal
de un solo paso.
A la sonrisa franca,
una protesta insegura de ella
le contesta.
Dos cansados eslabones
sosteniéndose
sosteniéndose
en una elección eterna…
La prueba infinita del amor
en mis ojos incrédulos,
y yo sin presentir siquiera
el extraordinario regalo
que la memoria atrapa
y marca mi existencia.