Ella delicada y dulce
tez blanca, grandes ojuelos.
Él, un hombre pequeño
la sonrisa con hoyuelos.
Vivían en palacete
de cuatro paredes blancas.
Sus amigos lo ocuparon
cuando se fueron a Francia.
A ella se le murió el geranio
y a él, los crisantemos.
Bien tomados de la mano
los dos vestidos de negro.
con sus lánguidas figuras
caminaron al entierro.
Yo salí a su paso en vano
diciendo no hay nada eterno.
Ella por toda respuesta
se acomodó el negro velo.
Él me miró asombrado
y la abrazó con esmero.
Muy juntos y acongojados
se fueron por el sendero.
La tristeza iba enlutada
acompañando a los deudos.
Dea Bea noviembre2010